Educación14 Sep 20254 minutos de lectura

Educar desde otra mirada: la inclusión como meta posible

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Comenzamos un nuevo curso escolar, y este no debería limitarse a retomar horarios, rutinas y programas. Ha de ser, sobre todo, una oportunidad para detenernos y preguntarnos: ¿estamos construyendo una escuela verdaderamente inclusiva, en la que cada estudiante tiene oportunidades para aprender y participar?
La educación es mucho más que transmitir conocimientos. Es una forma de mirar. La manera en que una escuela observa a su alumnado dice mucho de la sociedad que estamos construyendo. Y hoy, más que nunca, necesitamos una mirada inclusiva: una mirada que no se quede en las limitaciones, sino que descubra capacidades; que no vea problemas, sino oportunidades; que no etiquete, sino que acoja.
Hacer realidad la inclusión educativa no se consigue con un simple ajuste administrativo ni con una frase inspiradora en un documento oficial. Requiere un cambio profundo en la forma de concebir la diversidad. Mientras sigamos viendo la diferencia como un obstáculo, la tendencia será apartar, separar o segregar. Pero cuando logramos entender que la diversidad no es un problema, entonces descubrimos que la escuela puede y debe ser un espacio en el que nadie sobre, donde cada alumno y cada alumna es reconocido y valorado en su singularidad.
El verdadero cambio comienza con preguntas sencillas pero poderosas:
•¿Qué necesita este alumno para aprender?.
•¿Qué fortalezas trae esta familia y el alumno o alumna, y cómo podemos apoyarnos en ellas?.
•¿Qué puede aportar cada compañero y compañera para hacer que la clase sea más justa, más solidaria, más humana?
Es en esas preguntas donde nace la inclusión. Porque la inclusión no es un ideal lejano ni una meta utópica, es un derecho inmediato y concreto: el derecho de cualquier niño o niña a compartir aprendizajes con sus iguales, a ser parte de la vida escolar en plenitud.
Cada pequeño gesto en la escuela puede ser transformador. Cuando un docente ofrece múltiples formas de presentación para que su explicación sea comprendida, está haciendo inclusión. Cuando un grupo de compañeros invita a participar a quien suele quedarse al margen, está abriendo camino a la inclusión. Cuando una familia es escuchada y tomada en cuenta en la toma de decisiones, se fortalece la red inclusiva que sostiene el aprendizaje.
Este cambio de mirada no es sencillo ni inmediato. Requiere recursos, formación docente, apoyo institucional y compromiso político. Pero, sobre todo, exige convicción: la certeza de que todas las personas tienen derecho a aprender juntas. Que la diversidad enriquece, que la convivencia fortalece y que el aislamiento empobrece tanto a quien es separado como a quienes pierden la oportunidad de compartir con él o con ella.
La escuela inclusiva no es solo un beneficio para el alumnado con discapacidad o necesidades específicas, es un regalo para toda la comunidad educativa. Enseña a convivir,
a respetar, a valorar lo distinto. Prepara ciudadanos más empáticos, más justos, más comprometidos. En definitiva, prepara una sociedad mejor.
Por eso, este nuevo curso debería servirnos como recordatorio y como desafío. Estamos a tiempo de cambiar la mirada. Estamos a tiempo de pasar de los discursos a la práctica, de las promesas a los hechos. La inclusión no puede seguir siendo un horizonte aplazado: tiene que ser la realidad que construyamos en cada aula, en cada recreo, en cada proyecto compartido.
Educar desde otra mirada significa reconocer que cada alumno y alumna cuenta, que sus voces deben ser escuchadas y valoradas. Porque no existe verdadera educación si no es inclusiva.

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