Ana B. Rodríguez: «El bullying no sobrevive donde hay adultos atentos, coherentes y comprometidos»
En el marco del Día Internacional contra la Violencia y el Acoso Escolar, que se celebra este jueves, entrevistamos a la asesora de Educación Inclusiva de DOWN ESPAÑA, Ana Belén Rodríguez Plaza, quien reclama una respuesta urgente y humana contra el bullying que involucre a todos los actores -familias, profesorado, directores de centros educativos y Ministerio de Educación-. Además, la experta desvela señales, estrategias y claves para construir escuelas en las que ningún niño tenga miedo.
–¿Cuándo se considera que un alumno o alumna está sufriendo bullying o acoso escolar?
Se considera bullying cuando un niño o una niña sufre una forma de violencia continuada que le hace vivir con miedo, tristeza o vergüenza cada día al ir al colegio.
No se trata de un simple conflicto entre compañeros, sino de una situación en la que uno o varios niños hacen daño a otro que no puede defenderse por sí mismo, creando un desequilibrio de poder. A veces este maltrato es visible — con insultos, empujones o burlas—, pero muchas veces se esconde en gestos silenciosos: en risas a escondidas, susurros cuando la víctima pasa o en ese “no puedes jugar con nosotros” que se repite hasta romper la autoestima.
El bullying no ocurre una sola vez, sino que se repite día tras día, con intención de hacer daño.
-¿Cómo se puede detectar el acoso escolar cuando las señales no son muy evidentes?
Detectar el acoso cuando no se muestra a simple vista es como armar un rompecabezas: hay pequeñas piezas —comportamientos, gestos, frases— que por separado parecen normales, pero que, juntas, cuentan una historia de dolor y miedo. A menudo, el niño o la niña que sufre bullying no lo dice con palabras, pero su cuerpo, su actitud y sus hábitos lo gritan en silencio. Por eso, es tan importante aprender a leer esas señales que nos alertan de que algo no va bien.
Los primeros cambios suelen notarse en su estado de ánimo. Un niño que antes era alegre y hablador puede empezar a mostrarse callado, distraído o triste. A veces pone excusas diferentes para no ir al colegio. Puede volverse irritable o estar más sensible de lo normal. Le cuesta dormir, tiene pesadillas o pierde el interés por las cosas que antes le gustaban. Se aísla y deja de jugar con sus amigos de siempre. Estas actitudes son su forma de decir “algo me pasa”, aunque no se atreva todavía a contarlo.
También se reflejan cambios en su vida escolar. De repente, su rendimiento baja sin una razón clara. Participa menos en clase, se sienta cerca del profesor o busca excusas para no salir al patio. Algunos niños incluso temen los recreos o las excursiones, porque esos momentos sin vigilancia suelen ser cuando más sufren.
A veces los indicios se esconden en pequeños detalles. El niño llega a casa con la ropa rota o sucia, o pierde cosas con frecuencia: el estuche, los lápices, la merienda. Cuando se le pregunta, suele decir: “se me cayó” o “lo olvidé”, pero en realidad alguien se lo ha quitado o dañado.
Otra señal importante está en sus relaciones con los demás. Un niño que antes jugaba con todos puede empezar a quedarse solo o a decir frases que como: “Nadie quiere estar conmigo” o “Me dicen que no puedo jugar”. Cuando escuchamos esto, no debemos restarle importancia. Son alertas emocionales que muestran que algo ha cambiado en su entorno y que necesita ayuda.
–¿Qué puede hacer una familia para ayudar a su hijo/a si sospecha o si tiene la certeza de que está sufriendo acoso?
Cuando una familia empieza a sospechar que su hijo o hija puede estar sufriendo acoso escolar, lo más importante es no mirar hacia otro lado. El primer paso siempre debe ser escuchar, acoger y creer. El niño que está siendo acosado necesita sentir que su casa es un refugio seguro, el único lugar donde puede hablar sin miedo a ser juzgado ni culpado.
Muchas veces, los niños callan porque temen preocupar a sus padres o porque piensan que nadie puede ayudarlos. Por eso, cuando dan señales, es vital acogerlas con calma y empatía. Podemos empezar con frases que inviten a hablar, como “Te noto un poco triste últimamente», «¿quieres contarme qué pasa?” o “Puedes contarme todo”
Lo más importante es acoger, apoyar y actuar. Primero, acoger significa escuchar con cariño, sin interrumpir ni minimizar lo que el niño cuenta. No debemos restar importancia ni culparle.
Después, apoyar implica transmitirle seguridad y confianza. Es importante reforzar su autoestima, recordarle sus cualidades y mostrarle que no está solo.
El siguiente paso es actuar. Una vez que la familia tiene información, debe comunicarlo al centro educativo lo antes posible. No se trata de ir a culpar, sino de pedir protección y acompañamiento. El colegio tiene la obligación de abrir el protocolo de acoso y garantizar la seguridad del alumno. Si la respuesta no es adecuada o el problema continúa, se puede acudir a Inspección Educativa, al Defensor del Menor o incluso presentar una denuncia, siempre guardando registros y pruebas de lo ocurrido.
También es recomendable buscar apoyo profesional si el niño presenta síntomas de ansiedad, tristeza profunda o miedo constante.
En resumen, lo más importante que puede hacer una familia es estar presente: escuchar, abrazar, proteger y actuar sin demora. El amor familiar no elimina el acoso por sí solo, pero es el primer escudo que evita que el miedo crezca.
-¿Qué factores suelen estar presentes en los centros educativos donde el bullying persiste durante años?
Cuando el acoso escolar se mantiene durante años en un centro educativo, no es solo porque haya alumnos que agreden, sino porque existen factores dentro del propio entorno escolar que lo permiten o incluso lo normalizan.
El bullying no sobrevive donde hay adultos atentos, coherentes y comprometidos; persiste allí donde hay silencio, negación o falta de acción.
Uno de los factores más frecuentes es la falta de detección temprana. Muchos casos comienzan con pequeñas burlas, comentarios o gestos de exclusión que no se toman en serio. Cuando no se interviene desde el principio, esas conductas crecen y se consolidan. Poco a poco, el grupo aprende que insultar o reírse de alguien no tiene consecuencias, y el silencio se convierte en cómplice.
Otro elemento clave es la ausencia de una respuesta clara y coordinada. En algunos centros, el profesorado no sabe cómo actuar o teme equivocarse. En otros, los equipos directivos restan importancia a las denuncias o prefieren evitar “conflictos de imagen” del colegio. Esa falta de implicación deja a las víctimas en una situación de desamparo y refuerza el poder del agresor, que siente que puede continuar sin consecuencias.
También influye la falta de formación en convivencia y gestión emocional. Muchos docentes no han recibido herramientas para detectar señales tempranas o manejar conflictos entre iguales, y, en consecuencia, el acoso se interpreta como un problema de disciplina o como una disputa menor. Sin embargo, el bullying es un fenómeno complejo que requiere un enfoque educativo, psicológico y social.
El clima del centro también juega un papel determinante. En las escuelas donde se toleran las burlas, los apodos ofensivos o las bromas humillantes, se crea un ambiente en el que el respeto pierde valor.
Por último, otro factor que mantiene el acoso en el tiempo es la falta de participación real de la comunidad educativa. El bullying no puede combatirse solo desde la dirección o el aula; requiere el compromiso conjunto de profesorado, familias y alumnado.
En definitiva, el acoso escolar persiste en aquellos lugares donde la indiferencia pesa más que la empatía. Combatirlo exige una cultura escolar que diga con hechos —y no solo con palabras— que el respeto y la dignidad de cada alumno son una prioridad.
-¿Qué papel juegan el profesorado y el equipo directivo en la prevención del bullying? ¿Y cómo se puede mejorar esa implicación?
Tienen un papel fundamental porque son quienes marcan el clima emocional del centro y las normas no escritas de convivencia. Los alumnos aprenden tanto de lo que los adultos enseñan como de lo que observan en su forma de actuar. Cuando los docentes muestran coherencia, empatía y firmeza, transmiten un mensaje claro: en esta escuela, nadie tiene derecho a hacer daño a otro.
El profesorado es la primera línea de detección. Por eso, tiene la oportunidad —y la responsabilidad— de identificar los cambios de comportamiento, los silencios o las actitudes que pueden indicar que un niño está sufriendo. Un profesor atento puede ser la diferencia entre un caso que se detiene a tiempo y otro que se prolonga durante años.
El equipo directivo, por su parte, tiene la obligación de garantizar que el centro sea un entorno seguro y de actuar con rapidez cuando hay sospecha o confirmación de acoso. Su papel no debe limitarse a aplicar sanciones, sino a liderar una cultura de convivencia basada en la empatía y el respeto. La dirección marca el tono del colegio: si minimiza los conflictos o busca proteger la imagen del centro en lugar de a las víctimas, el problema se enquista; pero si apuesta por la transparencia, la escucha activa y la acción preventiva, el mensaje que llega al alumnado es poderoso: aquí, nadie está solo y todos somos responsables de cuidarnos.
Para mejorar la implicación del profesorado y del equipo directivo es esencial ofrecer formación específica y continua en detección, intervención y acompañamiento emocional. El acoso escolar no se resuelve solo con normas, sino con una mirada sensible capaz de entender el daño que el silencio o la pasividad pueden causar. También es importante crear equipos de convivencia reales y activos, donde docentes, alumnado y familias trabajen juntos en la construcción de relaciones sanas.
-¿Crees que las campañas de sensibilización en los centros están funcionando?
Las campañas de sensibilización en los centros educativos son una herramienta muy valiosa, pero su eficacia depende en gran medida de cómo se aplican y cuánto perduran en el tiempo.
Actividades del “Día contra el bullying” o las convivencias son gestos importantes, pero la verdadera prevención no se logra con un cartel o una charla puntual. Se consigue cuando la sensibilización forma parte de la cultura del centro, cuando la empatía y el respeto se trabajan de forma transversal en todas las materias, y cuando los adultos actúan con el mismo compromiso durante todo el curso.
Las campañas que realmente funcionan son aquellas que involucran a toda la comunidad educativa: alumnos, docentes, familias y personal no docente.
Por otro lado, es fundamental que las campañas no se queden solo en la sensibilización emocional (“no al bullying”), sino que también enseñen habilidades concretas: cómo pedir ayuda, cómo actuar si se presencia una agresión, cómo reparar el daño o acompañar a una víctima.
En conclusión, la escuela entera debe convertirse en la mejor campaña posible: una comunidad que enseña con el ejemplo que todos merecemos ser tratados con dignidad y cariño.
-Cuando el acoso se dirige a alumnos con discapacidad intelectual, ¿hay herramientas o protocolos específicos que deben activarse?
Cuando el acoso escolar se dirige a alumnos con discapacidad intelectual, la situación requiere una atención inmediata, sensible y especializada. El alumnado con discapacidad intelectual puede tener más dificultades para expresar lo que sienten o para reconocer que están siendo víctimas de un maltrato. Por eso, el colegio tiene la responsabilidad de detectar cualquier señal a tiempo y activar los protocolos de protección sin demora.
Sí, existen herramientas y protocolos específicos. En todos los centros educativos deben aplicarse los protocolos de acoso escolar generales, pero cuando la víctima tiene una discapacidad, deben complementarse con medidas de apoyo individualizadas, ajustadas a sus necesidades cognitivas, comunicativas y emocionales. No basta con seguir los pasos habituales; es necesario hacerlo de una forma más cercana, comprensible y acompañada.
El primer paso es garantizar la seguridad inmediata del alumno y su bienestar emocional. A partir de ahí, se debe informar a las familias y poner en marcha el protocolo de actuación contra el acoso, asegurando que intervengan todos los profesionales necesarios: tutores, equipo directivo, orientador y, cuando sea posible, personal de apoyo como el especialista en Pedagogía Terapéutica o Audición y Lenguaje.
Es fundamental escuchar al alumno desde su nivel de comprensión, utilizando un lenguaje claro, apoyos visuales o pictogramas si son necesarios. A veces, los niños y niñas con discapacidad intelectual no pueden explicar lo que ha pasado, pero su conducta lo dice todo: cambios de humor, rechazo a ir al colegio, nerviosismo o retraimiento son señales que deben tomarse muy en serio.
Además, deben activarse medidas educativas y sociales para frenar el acoso y reparar el daño. Esto incluye trabajar con el grupo-clase la empatía, la diversidad y la convivencia positiva, sin señalar ni estigmatizar a la víctima.
Todos los centros deben contar con planes de convivencia inclusivos, donde los alumnos con discapacidad se sientan parte del grupo, con amigos, apoyos y adultos de referencia que les hagan saber que están protegidos.
En definitiva, cuando el acoso afecta a un alumno con discapacidad intelectual, no basta con aplicar el protocolo: hay que humanizarlo.
– ¿Qué recomendaciones darías a las familias de escolares, especialmente de niños y niñas con síndrome de Down, para reforzar su autoestima y habilidades sociales frente al acoso?
Las familias tienen un papel esencial en la protección emocional de sus hijos, especialmente cuando se trata de niños y niñas con síndrome de Down o con otras discapacidades intelectuales. Su seguridad frente al acoso comienza en casa, con la autoestima, el amor propio y la confianza que construyen día a día con sus padres. Un niño que se sabe querido, capaz y valorado tiene más fuerza para pedir ayuda, para poner límites y para no creer las palabras crueles de los demás.
La primera recomendación es reforzar su autoestima todos los días. Esto no significa decirle solo cosas bonitas, sino ayudarle a reconocer lo que hace bien, celebrar sus logros, por pequeños que sean, y enseñarle a sentirse orgulloso de sus esfuerzos.
También es fundamental enseñarles a expresar lo que sienten y piensan. Los niños con síndrome de Down pueden tener más dificultad para poner palabras a sus emociones, por eso es importante practicarlo en casa. Preguntar “¿cómo te sientes?”, “¿qué te hizo feliz hoy?” o “¿algo te molestó en el cole?” les enseña que hablar de lo que sienten es algo natural y que siempre serán escuchados.
Otra herramienta valiosa es trabajar sus habilidades sociales de forma positiva. Jugar con otros niños, participar en actividades grupales, aprender a compartir, pedir ayuda o resolver pequeños conflictos son aprendizajes que los preparan para desenvolverse mejor en su entorno. Los juegos cooperativos, el teatro, los deportes en equipo o las actividades de ocio inclusivo son excelentes espacios para practicar la empatía y la comunicación.
Las familias también deben enseñarles que nadie tiene derecho a hacerles daño ni a tratarles mal, y que pedir ayuda no es ser débil, sino valiente. Es clave que sepan identificar cuándo algo no está bien —por ejemplo, si alguien se burla, empuja o excluye— y a quién pueden acudir: un maestro, un compañero de confianza o, por supuesto, su familia.
Por otro lado, los padres deben mantener una comunicación constante con el colegio. Conocer al tutor, compartir observaciones, informar de cualquier cambio de conducta y participar en las actividades del centro ayuda a crear una red de protección alrededor del niño. La escuela y la familia deben ser un equipo unido.
Finalmente, es importante recordar que los niños aprenden más de lo que ven que de lo que se les dice. Cuando una familia predica el respeto, la empatía y la serenidad, el niño aprende a tratarse con ese mismo cariño. Dar ejemplo de cómo afrontar los conflictos, cómo perdonar y cómo pedir ayuda también es enseñar a vivir sin miedo.
– ¿Has visto funcionar alguna estrategia contra el acoso en centros escolares?, ¿en qué se basan?
Sí, hay estrategias que realmente funcionan para frenar el acoso escolar, y todas tienen algo en común: se centran en la empatía, la participación de toda la comunidad educativa y la acción rápida y coherente ante el primer signo de maltrato
Una de las estrategias más eficaces que he visto en los centros es la creación de equipos de convivencia o “alumnos ayudantes”. Se trata de formar a niños y niñas del propio colegio para que actúen como observadores activos, compañeros protectores y mediadores en los recreos o pasillos. Estos alumnos no sustituyen al profesorado, pero se convierten en ojos y oídos atentos que detectan cambios, acompañan a quienes se sienten solos y promueven el respeto entre iguales.
Otra estrategia muy efectiva es el trabajo constante en educación emocional y resolución pacífica de conflictos. Los centros que dedican tiempo cada semana a hablar sobre emociones, empatía, respeto y comunicación asertiva logran reducir los casos de acoso de forma notable. Cuando los niños aprenden a reconocer cómo se sienten y cómo se sienten los demás, es mucho más difícil que hagan daño sin ser conscientes de ello.
También funcionan las estrategias que involucran a las familias. El acoso no se resuelve solo en el aula; requiere la colaboración de los padres. Los colegios que mantienen una comunicación abierta ofrecen talleres y enseñan a las familias cómo detectar señales o cómo apoyar a sus hijos, consiguen un entorno mucho más protector.
He visto, además, buenos resultados en los centros que aplican protocolos de actuación rápidos y transparentes. Cuando los alumnos saben que si cuentan algo se actuará con seriedad, pierden el miedo a hablar. La clave está en la confianza: que la víctima se sienta escuchada y que el agresor entienda las consecuencias de sus actos, pero también reciba apoyo educativo para cambiar su comportamiento.
Otro tipo de intervención que está dando resultados son los programas de “círculos de apoyo”, donde un grupo de compañeros se compromete a acompañar a la víctima, ayudarla a integrarse y garantizar que no vuelva a sentirse sola. Estos círculos se basan en la empatía, la escucha y la responsabilidad compartida, y fortalecen el sentido de comunidad dentro de la escuela.
-¿Crees que el Ministerio de Educación debería realizar más acciones para acabar con el bullyíng?, ¿Cuáles?
Sí, el Ministerio de Educación debería realizar más acciones para acabar con el bullying, porque, aunque existen protocolos y campañas, la realidad demuestra que todavía no son suficientes. Cada caso de acoso que se repite, cada familia que se siente sola y cada niño que tiene miedo de ir al colegio son señales claras de que algo en el sistema no está funcionando como debería.
La lucha contra el acoso escolar no puede depender únicamente de la buena voluntad de algunos centros o docentes comprometidos; debe ser una prioridad nacional, con una estrategia firme, coherente y permanente. Para lograrlo, es necesario actuar en varios niveles.
En primer lugar, el Ministerio debería garantizar una formación obligatoria y continua para todo el profesorado —incluidos directores y equipos de orientación— sobre detección temprana, intervención, acompañamiento emocional y gestión de la convivencia.
También es urgente unificar los protocolos de actuación en todo el país. Actualmente, cada comunidad autónoma aplica sus propias normas, lo que genera confusión y desigualdad. Un protocolo nacional, claro y obligatorio, con seguimiento externo, evitaría que los casos se pierdan entre papeles o se silencien por miedo a dañar la imagen del centro.
El Ministerio debería además crear una red estatal de apoyo psicológico gratuito y especializado para víctimas de acoso y sus familias. Muchos niños y adolescentes sufren secuelas emocionales graves, y no todas las familias pueden costear ayuda privada.
Otra medida clave sería invertir en campañas educativas sostenidas, no solo en fechas puntuales. Estas campañas deberían implicar también a los medios de comunicación y a las redes sociales. El bullying no se combate solo en las aulas, sino también en los entornos digitales y en la cultura social que normaliza la burla y el desprecio.
Finalmente, es fundamental incorporar la educación emocional y la convivencia positiva en el currículo escolar como un eje central, no como un tema secundario.
Acabar con el bullying no es solo una cuestión educativa, es una cuestión de derechos humanos, y requiere una respuesta firme, coordinada y humana desde todos los niveles del Estado.
– ¿La sociedad general puede jugar algún papel en la prevención del acoso escolar?
El acoso escolar no es un problema de unos pocos, sino una responsabilidad de todos. No se trata solo de mirar al agresor o a la víctima, sino de mirarnos como sociedad, de preguntarnos qué estamos enseñando con nuestras palabras, con nuestros silencios y con nuestros ejemplos.
Cada gesto cuenta. Cuando un adulto escucha sin juzgar, cuando un profesor interviene con empatía, cuando un compañero se atreve a decir “basta”, estamos cambiando una historia que podría haber terminado en dolor. Nadie puede hacerlo todo, pero todos podemos hacer algo: actuar y acompañar.
Por eso, más allá de leyes o protocolos, necesitamos una educación que ponga el foco en las emociones, en la empatía y en la dignidad humana. Porque prevenir el acoso no consiste únicamente en castigar el daño, sino en enseñar a no causarlo, en cultivar el respeto desde los primeros años de vida. Ojalá llegue el día en que ningún niño ni niña tenga miedo de ir al colegio.
Desde DOWN ESPAÑA, apoyamos las sugerencias, consejos y peticiones de nuestra experta y recomendamos la Guía contra el Acoso Escolar dirigida a familias, disponible haciendo click aquí.

































































